Algo raro pasa con el tiempo. No me refiero a que haga calor en febrero y todo eso, no. Es como si los minutos fuesen un lugar que te pone triste, como esas avenidas desiertas llenas de remolinos de hojas secas y bolsas de plástico que giran a merced de su propia soledad. Nuestro hogar, cuatro paredes; el silencio de una casa enfadada y Xoxanna durmiendo. Lleva en la misma posición veintisiete horas y media. Casi me he acostumbrado a esta nueva situación. Yo divago y me pongo nervioso y no arranco a escribir porque pienso en fisgar su móvil. Mientras, ella respira con la suavidad del polen posándose sobre el alféizar de una ventana. Esos mensajes… ¿qué dirán? La marca que tengo en el muslo izquierdo, cuatro puntos negros con la separación exacta de las púas de un tenedor, me recuerda que su móvil no se toca desde aquel día en el que ella se estaba comiendo una tortilla francesa y yo extendí la mano para alcanzárselo porque me pareció muy ocupada.
Read More